Últimamente cuando hablamos de vínculos es usual escuchar sobre la responsabilidad afectiva. Podemos simplificar el concepto con palabras como respeto, interés y amabilidad, que tenemos en cuenta a la hora de relacionarnos.
¿En qué consiste? La responsabilidad afectiva implica considerar que cuando estamos en vínculo, del otro lado hay una persona con emociones, pensamientos, inseguridades, deseos y expectativas.
Ante la gran cantidad de cambios sociales y culturales que incidieron a nivel vincular, fue necesario repensar las maneras en que nos relacionamos. Más allá de las dinámicas de pareja y las etiquetas, lo relevante está en ser honestos/as y poner bajo la lupa cómo nos hace sentir lo que queremos, deseamos, y cómo lo comunicamos. No dejar al otro que interprete o adivine lo que nos pasa, e intentar nosotros/as no hacer suposiciones. La propuesta es conversar, escuchar, observar y establecer acuerdos y limites.
Es importante ser conscientes de los efectos que generamos en un otro/a. Y el impacto también en nosotros/as mismos/as. Es decir, que la responsabilidad afectiva no solo es hacia los demás, sino también para nosotros/as. Pensar y repensar sobre los deseos y las expectativas que ponemos en un vínculo, y de qué manera lo queremos mantener.
Ser transparentes con nuestras intenciones, para que el otro/a siempre tenga la opción de decidir y elegir. Si no somos transparentes con nuestras intenciones es cuando falla la responsabilidad afectiva. Un ejemplo que hoy se presenta con gran frecuencia es el Ghosteo (fantasmeo), que es cuando alguien desaparece sin dar ninguna explicación, dejar de responder, de llamar e incluso puede llegar hasta bloquear de redes sociales. Como si a la persona se la hubiese tragado la tierra. Generando en la otra persona sentimientos de angustia, desconcierto, dudas, inseguridades, sensación de vacío, un gran golpe a la autoestima.
La responsabilidad afectiva nos lleva a tomar decisiones maduras respecto a nuestro vínculos, cuidando al otro/a.