La terapia es un proceso de autoexploración. Comprender cómo pensamos, cómo actuamos, cómo sentimos es fundamental para auto organizarnos. Es un espacio donde uno de los objetivos es conocer nuestros recursos y debilidades como también aquello que nos cuesta y en lo que queremos trabajar para mejorar. Todos/as tenemos un talón de Aquiles, al tener conocimiento sobre cuál es el propio podemos ser más hábiles y estratégicos/as para pilotear las adversidades.
El problema no son las situaciones en sí mismas, sino el significado que le damos. El poder que tenemos consiste en entender cómo significamos, y por qué lo hacemos de esa manera. A veces las maneras de pensar o actuar que tenemos son tan rígidas que nos cuestan mucho cambiarlas, ya que suelen darnos identidad. El objetivo no es erradicarlas, sino flexibilizarlas, corrernos de las polaridades y buscar síntesis, equilibrios.
El objetivo no es curar, sino generar cambios.
La perdida y el sufrimiento son parte de la experiencia humana. Muchas veces no se trata de eliminar el malestar, sino cambiar la forma en que nos vinculamos con el mismo, con eso que nos pasa, preguntarnos cómo podemos estar de una manera más sabia con esto que nos está pasando. Es decir, hacerle lugar al dolor en vez de expulsarlo o intentar controlarlo, ya que esos intentos no funcionan.
Lo que buscamos en las terapias más que sentirse bien es sentir bien. Para eso se van construyendo metas en conjunto, se exploran las expectativas del proceso, se buscar tomar conciencia sobre las palabras que usamos, el papel del lenguaje, cómo nos hablamos, cómo le hablamos a los demás. Buscando así mayor flexibilidad psicológica. Animarse a transitar el “ir siendo” en vez de “ser”.
Durante los procesos uno se va preguntando y respondiendo, cuestionando y desafiando, y el rol del terapeuta es la compañía y guía de esas exploraciones.