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Un fotograma, estático.
El niño en la foto… ¿De dónde vino? ¿Con quién está?
Quisiera que me muestre. Que los pastizales escondidos en la fotografía, y
los cabellos de él, cedan a la brisa. Que salga corriendo, ya que está. Que la
cámara lo siga hasta perderlo. Quiero ver de arriba, y encontrarlo. En grúa, la
cámara sube en altura y muestra todo el paisaje.
Fue obvio que el único camino posible era la imagen en movimiento. El cine.
¡Para hacer arte necesitás un título!— dijo Iván, en tono de burla.
La primera universidad de cine a la que fui la abandoné por la cantidad de
censuras.
¿Qué me importa? ¡Yo voy a hacer mi arte!
Nop, no funciona así.
Dejé de estudiar. Entendí a la fuerza lo realmente inalcanzable que es hacer
el cine que yo deseaba. Y, con la cola entre las patas, empecé todo de
nuevo en otra universidad. ¿Qué más iba a hacer?
Me gustó. Hice varios cortos de los que estoy orgulloso, aunque sean
vomitivos. Pero falta algo. Algo importante. ¿Cuál era “el único camino
posible”?
Ah, sí. El cine. ¿¡Y cuándo hacemos cine!?

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Y cine hice. Abandoné por segunda vez y realicé mi primera película junto a
un grupo pequeño de amigos. En los lugares que dejé atrás se hablaba del
chico que dejó la universidad para hacer su peli. Qué lindos tiempos.
Creación pura.


3
¿Ahora?
La realidad está volviendo con su venganza. Hacer cine no se hizo más fácil.
Luchando, de a poco, quemando, tirando, guardando, e idolatrando ideas.
Tratando de hacer en mi tiempo la mayor cantidad de arte que pueda.

Testimonio de Iván Preuss, cineasta.

@ivnprss

www.ivanpreuss.com